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Roberto Arlt y su obra teatral África: la dislocación de las identidades imposibles
Última modificación: 19-04-2015
Resumen
África (1938), obra teatral del argentino Roberto Arlt, fue catalogada como una pieza menor por la
crítica del siglo XX, que vio en su trama y en sus personajes desoccidentalizantes un paso en falso. Una
relectura –hasta hoy pendiente-- de esta obra a la luz de los aportes de la teoría queer constata que África
pone en escena cuerpos dislocados, sinestésicos y engañosos que performan identidades descentradas,
arbitrarias y múltiples; semejante planteo colisionó (y colisiona aún hoy) con los valores heteronormativos,
euro-falocéntricos, occidentalistas y cristianos tanto del público como de los analistas. Para la filósofa
argelina Héléne Cixous África y lo femenino comparten la condición de ser “continentes negros”,
alteridades absolutas, no-identidades. Arlt, precursor con África de la literatura queer, se internó en 1938
en esos continentes negros para imaginar, no la integración de los opuestos o la convivencia de las
diferencias –como reinvindicaban los feminismos de su época y los de años posteriores-- sino un
ensamblaje asimétrico de una multiplicidad de identidades sexo-genéricas desde un performativismo
situacionista radical y una absoluta biopoliticidad. A 76 años del estreno de esta farsa, que lleguen los
primeros aplausos.
crítica del siglo XX, que vio en su trama y en sus personajes desoccidentalizantes un paso en falso. Una
relectura –hasta hoy pendiente-- de esta obra a la luz de los aportes de la teoría queer constata que África
pone en escena cuerpos dislocados, sinestésicos y engañosos que performan identidades descentradas,
arbitrarias y múltiples; semejante planteo colisionó (y colisiona aún hoy) con los valores heteronormativos,
euro-falocéntricos, occidentalistas y cristianos tanto del público como de los analistas. Para la filósofa
argelina Héléne Cixous África y lo femenino comparten la condición de ser “continentes negros”,
alteridades absolutas, no-identidades. Arlt, precursor con África de la literatura queer, se internó en 1938
en esos continentes negros para imaginar, no la integración de los opuestos o la convivencia de las
diferencias –como reinvindicaban los feminismos de su época y los de años posteriores-- sino un
ensamblaje asimétrico de una multiplicidad de identidades sexo-genéricas desde un performativismo
situacionista radical y una absoluta biopoliticidad. A 76 años del estreno de esta farsa, que lleguen los
primeros aplausos.
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