En un principio los movimientos de mujeres y feministas materializaron su capacidad de lucha, la visibilización de su acción colectiva instauró de una vez y para siempre un nuevo tipo societal que extirpa a la mujer de su privacidad y rol consumidor, convirtiéndose así en un actor social que organiza grupos, representaciones culturales, ideología, etc. (Touraine, 2006). Las mujeres comienzan a mirarse a sí mismas en un proceso de subjetivación, proceso que no necesariamente es acompañado por una continuidad en la experiencia colectiva real, sino más bien con la institución, lo instituido y la ruptura con el orden cultural establecido, que la experiencia colectiva primigenia de estos movimientos ya ha iniciado. Esta autoafirmación como agentes-activas-para sí, está cimentada en una apelación al conjunto de derechos que garantizan la dignidad humana, la convicción de que la problemática de la vida pública se origina en la esfera privada y una conciencia de búsqueda de igualdad basada en la diferencia. Logros y demandas de los movimientos de mujeres y feministas penetran en cada individuo más allá de las fronteras de la militancia. El presente trabajo busca construir una aproximación teórica para comprender la trascendencia que logran estos movimientos al combinarse sus objetivos y luchas con el concepto de dignidad humana.