Última modificación: 17-12-2018
Resumen
Esta contribución se propone demostrar que en el orden de la representación, lo siniestro se produce en la dialéctica con la cuestión del género, en tanto que en el orden del discurso, se halla en la utilización particular del punto de vista narrativo que en definitiva, termina creando un mundo grotesco[1], y abyecto. Este último aspecto alcanza su verdadera dimensión si se reflexiona “…acerca de la plusvalía que muchas obras producen al situar el terror gótico desde la perspectiva de los marginados del sistema (es decir, la visión femenina o infantil).” (Amícola 2014: 3), y si se tiene en cuenta que estas estrategias logran el efecto ominoso en la medida en que interactúan con un lector atravesado por las coordenadas de un tiempo y un espacio.
El libro “Las cosas que perdimos en el fuego”, del que nos ocuparemos aquí, está compuesto por un conjunto de relatos unidos por una ambientación (espacios urbanos), por núcleos argumentales (la desaparición de personas, la violencia en los barrios marginales, la hipocresía burguesa y la sexualidad, la gravitación del pasado en la percepción de la realidad, la violencia de género, las aventuras de juventud, la rebelión de las mujeres) y por un dispositivo narrativo (el punto de vista de niños y mujeres).
De los varios cuentos que podrían abordarse, nos detendremos en esta contribución en dos relatos en los que se destacan muchos de los rasgos revisitados en el marco de la producción general de la escritora: El chico sucio y Pablito clavo un clavito El recorte del corpus permitirá ver la recreación y resignificación de lo siniestro en relación dialéctica con el género.
[1]Anneleen Masschelein sostiene que la categoría de lo grotesco es tan importante y sustancial como la de lo siniestro. Lo grotesco transforma nuestro mundo La sorpresa es esencial a lo grotesco tanto como lo inquietante de lo cotidiano es a lo siniestro, es por eso que en la literatura se asocia a lo fantástico. (2011:78)